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Roma: Un mundo de recursos limitados

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Genaro Chic García

<genarochic@hotmail.com>
10 de agosto de 2012 09:23

 

Además de emplear técnicas de control del riesgo, los que no eran la élite bus­caban diseminar el riesgo mediante la diversificación con el fin de limitar las consecuencias de potenciales inconvenientes. Los campesi­nos cultivaban diversos productos, no fuera a ser que la plaga acabara con alguno [La autarquía, el no depender del mercado, era una virtud]. Cuando era posible, se enviaba a los miembros más jóve­nes de la familia a trabajar como aprendices [por ejemplo, en las fábricas de ánforas] para que aportaran una valiosa renta adicional de una fuente menos dependiente de los ren­dimientos agrícolas. Esta actitud permeaba todo cuanto hacían, así que cuando se enfrentaban a una enfermedad les parecía natural uti­lizar diferentes recursos para hallar una cura, ya fueran los ensalmos mágicos, los remedios populares o la medicina griega. También era necesario granjearse benefactores, de modo que en tiempos de escasez fuera posible contar con su ayuda. Establecer redes de amigos, parientes y vecinos era una forma esencial de tener un seguro para los malos tiempos. El mantra «disemina el riesgo, diversifica las fuentes de ingresos» formaba parte de la vida de la no élite [o sea, de los que no pertenecían a la casta dirigente, que podían arriesgar lo que les sobraba].

 

En muchos sentidos la actitud popular hacia la volatilidad deriva­ba de su idea del «bien limitado». La no élite veía todo como un  juego de suma cero. Le iba bien en la medida en que a otro le iba mal. Además, la idea del «bien limitado» implica que la buena suerte de otro es una amenaza directa para la propia. De hecho, una desgracia podía considerarse consecuencia directa de la ganancia obtenida por otro. Adoptar esta posición era sensato en una sociedad en la que el crecimiento económico era prácticamente cero [como es propio en un mundo no capitalista, sin producción industrial]. Si el pastel siempre tenía el mismo tamaño, quien se llevaba un buen trozo lo hacía a ex­pensas de otra persona. Esta es la razón por la que echar maldiciones a los rivales sociales no era sencillamente un resultado de la «envidia, alimentada por el chisme», sino un intento desesperado de la gente para impedir, invocando un ataque sobrenatural, que alguien le qui­tara lo poco que tenía y la dejara varada en el lado equivocado del umbral de subsistencia.


De igual forma, la creencia en el poder de la suerte, una creencia que la no élite parece haber compartido de manera casi uniforme, puede interpretarse como una confianza en el poder del equilibrio, en que a largo plazo la suerte sería igual para todos. Esto no es más que otra reformulación de la hipótesis del bien limitado. Si una per­sona estaba teniendo más suerte de la que le correspondía, ello signi­ficaba, por definición, que debía estar haciendo trampa o utilizando poderes mágicos para manipular las cosas [existía el crimen de veneficio (con v de “veneno”), o sea de envenenamiento de la tierra para que produjera más de lo normal]. La única respuesta racio­nal a una situación semejante era lanzar un contraataque para inten­tar volver a una posición de equilibrio, a través de medios como las maldiciones. Esta era la mentalidad engendrada por una sociedad que fomentaba el miedo, la envidia y la rivalidad intensa entre sus miembros. La gente no solo luchaba por obtener un sustento básico, sino también por lo que podría denominarse su «estatus de subsis­tencia». La no élite estaba preparada para actuar de forma enérgica con el fin de conservar sus limitados intereses y prestigio en el mundo si percibía que alguien le atacaba.


Ahora bien, ¿funcionaba esto? Es decir, este enfoque para la reso­lución de los problemas, ¿hacía a quienes formaban parte del pueblo seres humanos felices y realizados? Eso es demasiado difícil de decir, pero lo que la economía de la felicidad puede decirnos es que ese enfoque era conveniente para maximizar sus niveles de satisfacción en general en vista de los pocos recursos que tenían a su alcance. La paradoja de Easterlin señala que en los niveles de renta bajos la feli­cidad aumenta de forma rápida solo con que se produzcan pequeños incrementos en la renta, pero no más allá. Las aspiraciones de las personas aumentan con sus ingresos y, después de que han satisfecho sus necesidades básicas, la mayoría solo se siente satisfecha si se encuentra en una mejor situación en relación a otros. Los ricos, al pare­cer, son como perros dedicados a perseguir la cola de su propia felici­dad y únicamente están contentos cuando son más ricos que su vecino. 


Roma era un mundo en el que incluso pequeños cambios en la renta o la suerte podían tener un impacto considerable en la cali­dad de vida del individuo medio. Asimismo, es posible que esos cam­bios tuvieran efectos concomitantes significativos sobre su posición relativa dentro de la comunidad, lo que probablemente habría tenido un impacto adicional sobre su calidad de vida. Por tanto, como es natural, el romano medio se concentraba en hacer todo lo que estu­viera a su alcance para garantizar la obtención de esos pequeños in­crementos de renta que aumentarían su estatus, y evitar al mismo tiempo esos golpes desgarradores con que podía perderlo. Como dijo Agustín [In Psalm 99.4], cuando la cosecha es abundante los trabajadores «cantan llenos de alegría» en los campos. O, como es tradicional decir en Islandia cuando se gana el bote, «¡Ballena varada!».


Jerry Toner, Sesenta millones de romanos: La cultura del pueblo en la Antigua Roma, Ed. Crítica, Barcelona. 2012, pp. 27-29.



 

COMENTARIO: 

         Esta mentalidad no progresista fue superada con el triunfo de la Ilustración racionalista y el desarrollo del capitalismo mercantil de consumo, que ha hecho que la esperanza de vida haya subido para los individuos (no para la colectividad) en todo el planeta. El problema se plantea cuando la perspectiva de una explotación infinita de los recursos (que son sin embargo de carácter finito) hace impensable el equilibrio en el marco de una Naturaleza que tiene carácter limitado. Indefectiblemente el desarrollo de las posibilidades del individuo concreto ha hecho inviable la permanencia del hombre sobre la Tierra a medio plazo. Lo que gana el individuo lo pierde la comunidad y se rompe el equilibrio necesario. La infinitud teórica de tipo racional, propia del racionalismo contemporáneo, choca con nuestra inmediata realidad, que se nos muestra limitada, finita.

 

ADDENDUM:

Mira las dos infografías siguientes publicadas por Le Monde

( http://passeurdesciences.blog.lemonde.fr/2012/05/20/combien-y-a-t-il-d-eau-sur-terre/ ) donde se muestran tres bolitas de agua.


      La bola más grande, que está en la primera imagen, es toda el agua que hay en la Tierra. En la segunda imagen, la bola mayor es el agua dulce (incluidos los hielos polares). El puntito mínimo es el agua dulce realmente disponible para los siete mil millones de humanos y demás compañía consumidora del recurso. Los recursos no son infinitos, como quisiera una sociedad de consumo como la nuestra. O sobra consumo o sobran individuos. Si se quiere que el sistema del capitalismo consumista ilimitado se mantenga (como se pretende) habrá que eliminar una buena parte de los consumidores para que los demás sigan adelante. No hay más remedio.


         No lo hubiera dicho, pensaba que el volumen sería bastante mayor, la intuición es engañosa. (Creo que voy a dejar de ducharme).


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Saludos

Genaro Chic García

http://www.genarochic.tk


Foro: http://prestigiovsmercado.foroes.org/forum.htm

¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)

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Para: Genaro Chic García <genarochic@hotmail.com>
   

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